Invitada por el Centro Regional CALAS, la directora del Centro de Investigación en Estudios de la Mujer de la Universidad Nacional de Costa Rica inauguró la Plataforma para el Diálogo “Identidades, géneros y desigualdades en América Latina” con la conferencia “Cuerpos descartables, necropoder y asesinato social: Sobre los límites de la justicia en contextos de despojo”. Fue el lunes 24 de octubre en el Campus de la UNSAM.
¿Podemos hablar de derechos humanos cuando grupos cada vez más amplios de personas son expulsados de la categoría de lo humano y forzados a vivir en condiciones extremas de desigualdad y desposesión? ¿Cuál es el significado de conceptos como ‘derecho a decidir’ o ‘derecho a controlar el propio cuerpo’ cuando mujeres y menores de edad tienen que luchar a diario para preservar su integridad física? ¿Qué valor tiene la adquisición de un derecho como el matrimonio igualitario cuando en distintas regiones de Latinoamérica las personas trans tienen un promedio de vida de 25 años? ¿Cuál es la importancia ética del concepto de justicia cuando la mayoría de los femicidios nunca han sido —ni serán— judicializados, como pasa en Centroamérica y México?
Con esas preguntas inició su conferencia la socióloga costarricense Montserrat Sagot, que esta semana visitó la UNSAM para inaugurar la Plataforma para el Diálogo “Identidades, géneros y desigualdades en América Latina, organizada por el Centro Regional Cono Sur y Brasil CALAS.
A esas primeras preguntas se sumaron otras: cuando solo un 4 % de los casos denunciados de violencia doméstica o sexual terminan con una sanción para el agresor, ¿cuál es la efectividad real de la legislación sobre violencia contra las mujeres en América Latina? Cuando casi el 50 % de la fuerza de trabajo en esa misma región se encuentra en la informalidad, ¿para cuántas personas rigen las leyes laborales que garantizan salarios mínimos, jornadas laborales reguladas y seguridad social? En definitiva, ¿qué significado tiene el concepto de ciudadanía en América Latina y a quiénes protege?
“En un contexto de instrumentalización de la existencia humana y de descartabilidad de muchos cuerpos, el paradigma de derechos y justicia arriesga a perder su peso moral, a menos que podamos integrarlo en un marco de emancipación más amplio”, advirtió Sagot, que recalcó: “Cuestiono el paradigma de los derechos y su supuesta fuerza para enfrentar las relaciones desiguales de poder. Cuestiono el concepto de justicia, tal y como es usado en las democracias neoliberales, por su lógica instrumental y su naturaleza punitiva”.
En su diagnóstico de las condiciones de vida actuales, la especialista recurrió a los conceptos de cuerpo-corporeidad (feminismos), necropoder (Achille Mbembe) y asesinato social (Friedrich Engels), y compartió algunas observaciones sobre los nuevos contextos de despojo: “En muchos lugares de América Latina, la región más desigual del mundo, se experimenta un proceso letal de grandes proporciones que desecha cuerpos, precisamente de aquellos que son expulsados de la categoría de humanos. Esto es el resultado de un proceso de acumulación que se ha vuelto necrótico y deja a su paso la desaparición de especies, territorios fértiles, culturas, lenguajes y personas. Algunos autores, como Justin McBrien, llaman a este momento de la acumulación capitalista neoliberal y de la marketización de la sociedad ‘la era del Necroceno'”.
La era del Necroceno
Sagot ofreció datos sobre el contexto de creciente descartabilidad de los cuerpos: “Ni siquiera hay claridad sobre las estadísticas de muerte porque hay varios millones de personas en la región cuya existencia no ha sido ni siquiera registrada: aproximadamente el 30 % de los nacimientos en la región no se registran (BID, 2017). Además, hay un aumento de las tasas de desempleo, de subempleo y de informalización del trabajo, agudizado por la pandemia. Al respecto, diversos estudios longitudinales han demostrado que el desempleo y el subempleo producen un número considerable de muertos, no solo en la persona desempleada, sino en toda la familia. Esto es asesinato social“. Y hubo más datos: “América Latina es una de las regiones más violentas del mundo: países como El Salvador, Honduras, Guatemala, Venezuela y México presentan algunas de las tasas más altas de homicidios fuera de una zona de guerra abierta. Además, países como El Salvador y Honduras tienen las tasas de femicidios más altas del mundo“.
Según otros estudios citados por Sagot, la tendencia regional de los últimos años, empeorada durante la pandemia, marca que los homicidios de mujeres se incrementaron a una tasa mayor que los de los hombres. “De acuerdo con un análisis de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en América Latina y el Caribe se producen hasta 500 asesinatos al año de personas LGBTIQ+. Estos actos de violencia suelen demostrar altos niveles de ensañamiento y crueldad: en varios casos documentados, los cuerpos sin vida de personas LGBT revelan que han sido torturados, sus genitales mutilados, sus cuerpos descuartizados y marcados con símbolos que denotan altos niveles de odio”.
“América Latina también es la región más mortífera del planeta para los defensores de los territorios“, amplió Sagot. “Según Global Witness, concentra más de dos tercios de los crímenes globales. Entre 2018 y 2019, la destrucción de las tierras indígenas se disparó un 74 %“. Otros datos alarmantes reunidos por la especialista: en Latinoamérica, las condiciones de despojo son tan extremas que, en países como Guatemala, el 53 % de la población sufre hambre y desnutrición; el 58 % de la niñez indígena sufre desnutrición crónica, la que tiene efectos irreversibles (Banco Mundial, 2021); el hambre en El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua se ha cuadruplicado en los últimos años (WFP, 2021); en algunas áreas de Centroamérica, la población está, literalmente, encogiéndose, disminuyendo de tamaño, como resultado del hambre y de la desnutrición intergeneracional.
Poblaciones enteras marcadas para la muerte
En cuanto a las muertes registradas en la región durante la pandemia, la socióloga sostuvo: “Yo encuentro continuidades entre esas corporalidades deshumanizadas, que murieron solas en hospitales, o en las casas, porque no había hospitales disponibles o hasta en las calles, con los muertos en las masacres, con quienes mueren de hambre, con quienes son encontrados en fosas comunes clandestinas, con quienes son exterminados por las fuerzas de seguridad de los estados, con los cuerpos de las personas jóvenes desechados en los rituales violentos del crimen organizado, con las víctimas de los femicidios y de los crímenes de odio, cuyos cuerpos son encontrados abandonados, torturados, desmembrados”.
Para Sagot, todas estas muertes fueron el resultado de regímenes desiguales de vida y muerte producidos por las técnicas de la globalización neoliberal y sus cálculos morales acerca del valor diferenciado de los cuerpos. “El género, la raza, la clase social, el estatus migratorio, la sexualidad, la edad producen esos cuerpos cuyas vidas se encuentran en riesgo en los contextos de desigualdad. En esos contextos, las formas extremas de violencia no son anomalías sociales o eventos extraordinarios: son parte sustantiva de la lógica de control social de las mujeres, de las personas racializadas, pobres, disidencias sexogenéricas y otras poblaciones históricamente vulneradas. Hay poblaciones enteras marcadas para la muerte, que habitan en zonas de abandono, zonas salvajes, donde no opera el contrato social. En estos espacios-tiempos de abandono, la distinción entre escenarios de guerra y escenarios de paz se disuelve”.
Ante la pregunta por la posibilidad de justicia en el neoliberalismo, Sagot señaló: “Las armas de la democracia liberal nunca han sido suficientes para atacar la fortaleza de la desigualdad. Mi argumento es que cuando estas formas extremas de despojo y de violencia se convierten en un objetivo estratégico y parte de un discurso hegemónico, punitivo y disciplinario, el reclamo de derechos al Estado puede ocultar los factores que las causan. En estas condiciones, el concepto de reconocimiento de derechos corre el riesgo de perder su legitimidad y quedarse solo para quienes habitan las zonas ‘civilizadas'”.
Biopolítica vs. Necropolítica
Como alternativa al proceso necrótico del neoliberalismo, Sagot propuso apostar al desarrollo de nuevas formas de resistencia que permitan transformar la precariedad en vida política activa: “Las reivindicaciones deben poner énfasis en la transformación de los factores estructurales que fomentan la violencia y el despojo —que son las desigualdades económicas y sociales—; en la reconstitución del tejido social y de la solidaridad por medio de la eliminación de la precariedad de la vida —lo que preserva el tabú de las prácticas extremas de crueldad—; en las desigualdades raciales y la persistencia del colonialismo; en el complejo de las relaciones jerárquicas de poder que naturalizan las normas de género; en los discursos y prácticas que fomentan la masculinidad tóxica, la feminidad subordinada y los binarismos de género —despatriarcalización—; en los tradicionalismos y los fundamentalismos religiosos; en el autoritarismo y la militarización de los conflictos sociales; en la desmercantilización de la vida; y en la construcción de una nueva biopolítica que abrace y proteja la vida en todas sus formas, en oposición a la necropolítica construida por los poderes represivos”.
Por último, Sagot alertó: “Si queremos perturbar la hegemonía del neoliberalismo e imaginar un mundo sin despojo y violencia, debemos superar el paradigma de derechos y de lucha por la justicia, a menos que se pueda garantizar una vida plena para las grandes mayorías no solo en términos de reconocimiento de derechos, sino en términos de las condiciones sociales, económicas, políticas y simbólicas que hacen falta para vivir más allá de la simple supervivencia”.
Moderó el encuentro Ana Laura Rodríguez, docente e investigadora de la Escuela de Política y Gobierno (EPyG-UNSAM/CONICET).
Fuente: https://noticias.unsam.edu.ar/2022/10/26/montserrat-sagot-hace-falta-una...
Texto: Camila Flynn. Fotos: Eve Schonfeld