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Dictadura y revolución en Nicaragua: Del Somocismo al Orteguismo

Durante buena parte del siglo XX, las dictaduras y los movimientos revolucionarios que trataron de derrocarlas, formaban parte intrínseca de la historia de muchos países de América Latina. Un caso típico es Nicaragua, un país gobernado durante casi medio siglo por una dinastía dictatorial que luego pasó por un proceso revolucionario y en el que, en los últimos años, se afianzaron nuevamente rasgos políticos autoritarios y antidemocráticos. Así resumió Roberto González Arana, investigador en el Departamento de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad del Norte y director del Instituto de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la misma casa de estudios, la historia del país centroamericano en la conferencia virtual Nicaragua: Dictadura y revolución, dictada en el marco del Primer Seminario Internacional: «Historia y memoria de la violencia y los conflictos en América Latina».

Para González Arana, autor de varios libros sobre revoluciones y dictaduras en América Latina, Nicaragua es un caso emblemático porque permite analizar la continuidad de los conflictos políticos que desembocaron el auge de la violencia en el país. En su exposición señaló cuatro fases de la historia nicaragüense: el establecimiento de una férrea dictadura instalada en la década de los años treinta por Anastasio Somoza García y continuada por sus hijos Luis y Anastasio Somoza Debayle, la crisis del régimen a finales de los años setenta, seguido por el triunfo de la revolución sandinista con sus logros y causes del declive. Finalmente, González Arana cerró con unas reflexiones sobre la situación actual que vive el país gobernado por Daniel Ortega.

Al igual que en el caso de varios vecinos de la región, a principios del siglo XX, la historia de Nicaragua estaba estrechamente ligada a su relación con Estados Unidos. González Arana resaltó que las dictaduras que se establecieron en el Gran Caribe entre los 1930-1960 se caracterizaban por llegar al poder mediante golpes de Estado. Más adelante, los nuevos líderes concentraron el poder en pocas manos y se apoyaron en las fuerzas militares concediéndoles un papel protagónico. El sistema económico favoreció a las multinacionales y empresas norteamericanas, principalmente a la industria agroexportadora. Al interior del país se impuso la doctrina de seguridad nacional por medio de cuerpos policiales represivos. Misma que fue apoyada durante décadas por la política exterior de los Estados Unidos, tanto en el marco de la política del buen vecino del presidente Roosevelt como por medio de la Alianza para el Progreso, ideada por John F. Kennedy.

La crisis del régimen somocista quedó patente a partir del terremoto de 1972, el cual destruyó gran parte de Managua, la capital del país que también fue golpeado por la malversación de fondos internacionales de rescate por parte de la élite gobernante. La represión de las manifestaciones populares extrañó el tradicional apoyo de los Estados Unidos bajo el gobierno del demócrata Jimmy Carter. Ya antes, a principios de la década de 1960, se había formado una guerrilla en el país, el Frente Sandinista, que logró a finales de los setenta formar alianzas con otros grupos opositores en un contexto de una grave crisis económica y de estancamiento del modelo agroexportador.

El último de los Somoza huyó del país en julio de 1979. El poder quedó en manos de los Sandinistas quienes formaron una junta de gobierno provisional con representantes de amplios sectores de la oposición y con la particularidad de incluir sacerdotes afines a la teología de la liberación. Así, la revolución optó en un principio por un modelo moderado, manteniendo una democracia más amplia, sin introducir expropiaciones radicales. Se hizo un llamado a la «burguesía patriótica» y se trató de ampliar el apoyo internacional en materia de cooperación para la reconstrucción del país. Esta «luna de miel» de la revolución quedó en entredicho con la salida del gobierno de los representantes empresariales y de la burguesía; así como la emergencia de grupos contrarrevolucionarios que con apoyo de los Estados Unidos empezaron incursiones en el país.

La derrota electoral del sandinismo en 1990 fue, según González Arana, consecuencia de un proceso de desgas fundado en la actitud verticalista de los líderes de la revolución que mostraron un creciente autoritarismo. La parálisis económica debido a los altos gastos de la guerra interna y el mal manejo del conflicto con las minorías étnicas de la Costa Atlántica perjudicó gravemente la imagen internacional del Sandinismo.

Aunque desde 2006 gobierna nuevamente Daniel Ortega, un líder histórico de la revolución sandinista, la Nicaragua de hoy tiene poco que ver con la de los años ochenta. Otros líderes emblemáticos como Sergio Ramírez, Dora María Téllez o Ernesto Cardenal fundaron hace más de veinte años el «Movimiento Renovador sandinista» y denunciaron las actitudes autoritarias. Para González Arena, el sandinismo libertador se ha convertido en un «orteguismo» personalista y represivo. El conferencista concluyo su recapitulación de la historia nicaragüense indicando que hasta cierto punto hay un retorno hacia una dictadura similar, con un líder autoritario que tiene poca capacidad para unir al país. Personaje que muestra actitudes erráticas como lo ha hecho durante esta crisis sanitaria del COVID-19 y que sustenta su poder en el apoyo militar y en un sequito familiar. En las manifestaciones y marchas se visualiza en pancartas con el lema «Ortega y Somoza son la misma cosa».

Las conferencias del Seminario Internacional: «Historia y memoria de la violencia y los conflictos en América Latina» continúan todos los martes hasta el 17 de noviembre y se transmiten por el canal YouTube de la Universidad del Norte.

Fecha: 
Martes, Agosto 25, 2020