Con mucho entusiasmo inicio estas colaboraciones para Ágora. Para mí es un acontecimiento muy significativo. Además de acercarme a un territorio cultural tan entrañable como Colima, me permite compartir visiones y reflexiones sobre temas que me apasionan. Agradezco la generosidad de mi buen amigo Salvador Velazco y del coordinador Julio César Zamora. Quisiera referirme en esta primera colaboración al tema, casi ineludible, de la pandemia que ahora tiene al mundo en vilo. No es para menos. Ignacio Ramonet, en un artículo muy reciente titulado «La pandemia y el sistema-mundo» afirma que, ante la magnitud de un drama que ha orillado a millones de personas a confinarse alrededor del planeta, se han desbordado toda clase de visiones post-apocalípticas.
A estas alturas no hay manera de reducir la pandemia exclusivamente a lo sanitario. Precisamente, ante la imposibilidad de acercarnos a los padecimientos clínicos, desde una mirada estrictamente científica, tendemos a observarlos desde ventanas emocionales plagadas de miedos, prejuicios, estigmas e imágenes que bien pueden ser ilusorias. En 1978, Susan Sontag publicó La enfermedad y sus metáforas, a propósito del lenguaje figurado, muchas veces saturado de representaciones siniestras para dibujar el paisaje de la tuberculosis y el cáncer. A Sontag le impresionaba que, ante enfermedades consideradas misteriosas, se haya configurado todo un lenguaje cargado de fobias, prejuicios y miedos tejidos en complicadas metáforas que a veces ayudaban, pero también dificultaban su comprensión, incluso la implementación de medidas curativas.
Algo semejante ocurre con el SARS-CoV2. Nuestras obsesiones hacia algo tan invisible, pero tan potencialmente destructivo, nos han empujado a modelar visiones perturbadoras. Tal vez la erosión de miedos impulse a manipular verbalmente ese material genético, como si fuera un enemigo suelto, siempre al acecho, dotado de voluntad propia. Desde las primeras alertas internacionales y más aún, desde la instalación masiva de narrativas sobre la infección por este nuevo coronavirus, en periódicos y redes sociales, también empezaron a cobrar vida semiótica toda clase de metáforas sacadas del ámbito de la guerra. Cada día se hacen recuentos de contagiados y decesos en hospitales. El enemigo invisible provoca bajas. Asienta estados de excepción. Se cierran fronteras. Se hacen acopios excepcionales de víveres. Nos pertrechamos en nuestros propios refugios, a merced de la virtualidad como reducto básico con el mundo exterior.
Por supuesto, las connotaciones metafóricas no son las mismas en todas partes. Los confinamientos se vuelven más o menos agobiantes según las condiciones de precariedad a nuestro alrededor. Se habla de combatir al virus desde frentes distintos. Médicos, científicos y enfermeras son representados como ejércitos de soldados que libran los embates más riesgosos desde el frente, es decir, en hospitales también figurados como campos de batalla. Tal vez no haya médico o paciente que, a cierto nivel, no se vuelva versado en un cierto vocabulario impregnado de terminología militar. El virus invade zonas remotas del cuerpo, coloniza, se reagrupa, lanza cruentos ataques, actúa como un francotirador al acecho.
No obstante, habría que preguntarse si estamos autorizados a defendernos contra esas imágenes bélicas de cuerpos en batalla, de cualquier manera que se nos ocurra. Cómo entender las agresiones hacia enfermeras y médicos en distintas partes del país. El Economista reporta al día de hoy, según cifras oficiales, al menos 47 agresiones contra personal de salud en 22 estados. Cafés calientes lanzados por la espalda. Cloro arrojado sobre batas. Advertencias anónimas de vecinos. Choferes de autobús que niegan el acceso a una unidad.
Además de líquidos corrosivos, cada agresor suele arrojar insultos verbales cargados de figuraciones irracionales: «¡Infectada! ¡Nos vas a contagiar a todos!», le gritaron a la enfermera Ligia Kantun, al momento de arrojarle café caliente por la espalda. A Brenda Salomón, en el Estado de México le fustigaron «¡traes el Covid!», y enseguida le escupieron. Se ha dicho que tales exabruptos estallan al calor del miedo mezclado con ignorancia y apremios delirantes por aniquilar al enemigo invisible.
Probablemente sea inevitable el traslado de metáforas militares al mundo de la salud, pues como en otros campos del conocimiento humano, se utilizan como herramientas explicativas. En el mundo médico, dolores, patologías y fenómenos invisibles al ojo humano, pueden ser entendidos con más claridad a través de otros dominios, como el de la carpintería. Un paciente puede describir su dolor de cabeza como algo que martillea, o se puede tratar de explicar otro dolor como una sensación punzante, clavada en el estómago, etc.
Sin embargo, la exacerbación de miedos irracionales puede hacer que las metáforas verbales sean algo más que recursos cotidianos del pensamiento. Sirviéndose de ellas se pueden desatar demonios, activar figuraciones cargadas de odios extremos. También es posible, a partir de simples percepciones metafóricas lanzar estigmas hacia enfermos y en última instancia, esas mismas figuraciones pueden usarse como justificantes mentales para desatar ataques arteros contra las personas encargadas de proteger nuestra salud.
Fuente: Coplemento cultural Ágora, Diario de Colima
Autor: Gerardo Gutiérrez Cham