Encontramos anuncios publicitarios por todos lados: las redes sociales predicen lo que queremos comprar, los algoritmos adivinan nuestros deseos, las calles están llenas de espectaculares. La radio me sugirió que comprara “sin fin”, ¿qué significaría comprar sin fin? No hay publicidad para ninguna moderación, tampoco hay ninguna referencia a comprar productos que no sean el resultado de la explotación de seres humanos. La consigna de Reusar, Reciclar y Reducir queda ya muy lejos.
El problema del consumo ya no está solamente en los medios de comunicación, o en la cultura que nos propone demostrar afecto por medio de regalos, sino en que hemos aprendido a desear, a soñar y a emocionarnos con objetos. Verdaderamente queremos un auto, soñamos con viajes largos en avión, deseamos los anillos con piedras preciosas, el reloj, la tablet o el celular más novedoso. En principio, no hay nada malo con desear, ni con soñar, lo que se convierte en problemático es la escala. Es decir, ¿cuántos somos los que deseamos lo mismo?
Nuestra manera de desear exige magias en las concretizaciones y desapariciones de los deseos: que los regalos aparezcan inmediatamente, llevados a la puerta de casa por una paquetería internacional que entrega el mismo día. Además, deseamos que los objetos de nuestros sueños desaparezcan, una vez que no los deseamos más, y que desaparezcan sin dejar rastro.
Desafortunadamente el antropoceno es la época en la que no podemos deshacernos de los rastros que nuestros deseos dejan en la tierra. El Antropoceno es la época en la que la vida del planeta está amenazada a causa de ciertas ideas y decisiones humanas; y una de las ideas que sostienen las crisis que vivimos es que todas y todos queremos cumplir nuestros deseos, y nuestras aspiraciones muchas veces implican recursos raros, contaminantes o no reciclables. El problema es que nuestros deseos dejan rastro.
Por supuesto que no es que deseemos contaminar, acidificar los océanos o que las especies se extingan. Tampoco creo que busquemos la explotación laboral. Buscamos generar una imagen de nosotros: como alguien tecnológico, elegante, importante, a la moda. Sin embargo, un pensamiento situado en nuestra crítica época implica que ya no podemos separar las acciones individuales de los efectos globales.
Desear en el antropoceno implica conectar dos procesos que no nos gusta vincular. Los deseos pueden ser virtuosos o terribles, y juzgar su realización en el antropoceno, implica preguntarnos: ¿de dónde vienen y cómo se producen los productos que queremos? Y en un segundo momento ¿a dónde van? ¿qué pasa con todo lo que desechamos? ¿a dónde va lo que ya no queremos?
Pensar la responsabilidad en el antropoceno implica vincular las escalas, las consecuencias, los procesos. Ya no podemos delegar la responsabilidad por lo que comemos, por lo que vestimos, por lo que utilizamos, por lo que deseamos. Hacer frente a las crisis de habitabilidad del planeta nos obliga a responsabilizarnos de las implicaciones de nuestras aspiraciones.
Autora: María Grace Salamanca
Fuente: https://www.informador.mx/cultura/El-deseo-en-el-Antropoceno-20230319-0039.html