Como fellow de la sede Centroamérica y Caribe del CALAS en San José, Costa Rica, Valeria Manzano (Universidad Nacional San Martín) se ha propuesto estudiar una década que entró tarde a la historiografía: los años ’80 del siglo XX. Con su proyecto «Vigencia y crisis de la revolución latinoamericana: cultura, política y nostalgia, 1979-1991» busca construir una mirada que trascienda el clásico enfoque en la etapa final del período, así como también la aproximación binarista que pone a un lado la revolución y al otro la democracia. Sobre su abordaje conversa en esta entrevista.
¿Cuál es el tema de investigación que estás desarrollando en el CALAS?
Valeria Manzano: Mi intención es construir una historia sobre las transformaciones de culturas de izquierda en la época de 1980 y con ello recuperar un poco de la densidad histórica de esos años. Antes que entenderla desde su final, desde su momento más crítico, me interesa tratar de comprenderla en sus propios términos. Hacerlo de manera más plural, más compleja y a partir de ahí comenzar a discutir estos paradigmas que se vienen consolidando en la historiografía global de ver a los ‘80 como un momento muy despolitizado.
¿Cómo se conecta ese proyecto con tus investigaciones previas?
VM: Mis investigaciones anteriores habían estado centradas en movimientos juveniles, en la Argentina en particular y en el Cono Sur en general. Muchas de las personas que entrevisté terminaban sus narrativas de vida contando la importancia que para ellas había tenido Nicaragua y la revolución sandinista. Lo que más me impactó y motivó a ampliar la escala del proyecto es que Nicaragua como referente instalaba mucha fantasía, mucha expectativa que irradiaban en una serie de espacios que prácticamente recorrían al mundo de la cultura de izquierda.
¿Cuál es el propósito u objetivo de esta investigación?
VM: El objeto principal en términos historiográficos es la reconstrucción de la cultura de izquierda en América Latina en la década del ‘80, entendiendo precisamente esta época como un momento fuerte de densidad política. En mi trayectoria me he focalizado mucho más en las metodologías y en las aproximaciones desde la historia cultural y la historia de género, entonces se trata también de que estas nos permitan trazar unas coordenadas diferentes para entender la cultura de izquierda. El objetivo más importante es evaluar, mesurar e ir ponderando los sentidos, los debates, las propuestas y programas en donde la revolución como concepto, como imaginario, como modo de condensar los activismos y militancias de izquierda todavía estaba presente.
¿Con qué metodología y qué fuentes trabajas?
VM: De todas las fuentes he recolectado muchos materiales: de las revistas político-culturales, boletines de un conjunto de agrupaciones de izquierda- juveniles en particular. Pero las historias de las izquierdas no solamente se construyen con las voces de las izquierdas, sino también con quienes interactúan y eso implica una ampliación importante del corpus.
Me entrené en la historia cultural, trabajé mucho con publicaciones periódicas en otros proyectos para buscar sobre todo las recurrencias, cómo se producen ciertos alineamientos y detectar, a partir de una mirada sistemática, cuáles son los principales trombos de la conversación en torno a la revolución y las formaciones de las izquierdas. Me encanta trabajar con registros diferentes, como por ejemplo en torno a festivales de música, para pensar las temporalidades de manera diferente en las relaciones entre música, expresiones artísticas, estéticas y políticas. Es algo que ha sido muy central para cierta articulación de las culturas de izquierda en el mundo y en América en particular.
Llevas ahora tres meses trabajando en este proyecto desde Costa Rica. ¿Puedes compartir algunos resultados preliminares de tus investigaciones?
VM: La estructura general o el esqueleto están puestos para trabajar dentro de debates políticos, intelectuales en torno a los sentidos de la revolución. Después iré produciendo entradas específicas en esas transformaciones donde creo que la estética de izquierda se juega, se mide de manera más encarnada.
Hay otro aspecto que se insinúa en términos de hallazgos relacionado con los modos en los cuales la revolución, o conceptos de revolución y de democracia, fueron filtrando los debates de los movimientos de mujeres en la década del ’80. Una de las cuestiones que más me interesa rescatar en ese sentido es como se gestionó lo que se llamaba la doble afiliación feminista, la afiliación partidaria que es un feminismo de izquierda y un feminismo que se reconstruye en términos latinoamericanistas. Las referencias latinoamericanas y latinoamericanistas son muy fuertes.
Al enfocar en el último gran auge de los proyectos revolucionarios latinoamericanos de los años 80, ¿qué lectura haces de estas experiencias y de su significado?
VM: El shock que causó la derrota del sandinismo en 1990 solo se explica por el nivel de expectativa que se había creado en la izquierda latinoamericana. Para quienes habitaban la cultura de izquierda, la revolución no era algo que se proyectara como imaginario, sino algo a lo que se le tenía que exigir cada vez más.
Con la crisis de los ‘90, Eduardo Galeano escribió una editorial que circulaba en diferentes publicaciones en la cual básicamente dice “Nos quedamos vacíos. Nos quedamos con un desgarramiento político por supuesto, pero sobre todo un desgarramiento emotivo.” La sensación de vacío en parte tiene que ver con la proyección y expectativas anteriores. Me atrevería a decir que para la cultura de izquierda latinoamericana la derrota electoral del sandinismo en 1990 fue muchísimo más fuerte que los procesos que tuvieron lugar contemporáneamente en la Unión Soviética o en Europa del Este.
El período que estudias marca un nuevo auge y el final de los imaginarios revolucionarias en América Latina. ¿Cómo entra el concepto de crisis en tu proyecto?
VM: En la década de los 80 la palabra crisis es omnipresente para referirse en la prensa a otras cosas: la deuda, las sucesivas crisis que moldeaban el modo de aproximarse a la realidad… Había una percepción de la crisis económica y social que enfrentaba América Latina.
Ahora, conceptualmente me importa también si existía una autopercepción por parte de diferentes agentes de la cultura de izquierda de que la izquierda estuviera de igual modo afrontando una crisis ¿Hasta dónde los propios actores se veían o se narraban a partir de este concepto de crisis? Mi respuesta parcial hasta este momento de la investigación es que no. Es el vigésimo aniversario del ‘68 global el que instala la posibilidad de hablar de una crisis de la izquierda y de una crisis de la revolución como concepto, como imaginario. Una frase al respecto que me resuena mucho todavía, la obtuve en una entrevista con una persona que había participado en las brigadas de café y también en las distintas instancias de la cultura de izquierda: «Yo pensé que esto iba a durar para siempre».