Aunque la energía solar nos remita a un escenario actual, tiene antecedentes desde el siglo XIX. El desarrollo de tecnologías sustentables ha atendido lógicas no solo políticas, sino también de memoria y olvido. Nelson Arellano Escudero nos cuenta sobre su investigación en el CALAS.
Nelson Arellano; en tu proyecto de investigación del CALAS estudias los inicios de la energía solar en América Latina, ¿podrías contarnos de qué trata y de dónde surge el interés?
Nelson Arellano: Para mi tesis doctoral, partí de una historia que ya conocía desde mis 20 y no esperaba hacer de eso una investigación. Era un caso raro, de una industria con energía solar que funciona en el desierto de Atacama desde 1872. Es un caso insólito, inusual y por lo mismo atractivo de ser estudiado. Parte del problema es que, al tirar del hilo de esa experiencia aparentemente única, empezaron a aparecer más cosas, especialmente muchos vacíos, que era la cuestión más insólita.
¿Cómo surgió la idea de aprovechar la energía solar en una época tan temprana?
En aquel momento lo que se buscaba eran grandes invenciones o elementos, herramientas, objetos que pudieran aprovechar energía en grandes volúmenes. No es el caso de esta tecnología. La energía solar podía hacer cosas más bien pequeñas, o con mucha dificultad. La parte del trabajo de investigación que hice demostró que ya en el siglo XIX hubo otras dos industrias desaladoras con energía solar. Son industrias importantes y, en Chile, me encontré con que había más material. No había experiencias, pero sí ideas, es decir, que la destilación con energía solar, para quitarle la sal al agua, era una idea de ingeniería que estaba instalada en ese lugar y en esa época. Por lo tanto, podría decirse que hay una historia previa en el uso de la energía solar y esas tecnologías que son, hoy en día, conocidas y descritas porque fueron inventadas en Francia y en Estados Unidos.
¿Hubo conexiones entre estos proyectos?
Podemos ver que se genera una circulación de ideas sobre el uso de la energía solar en una época en la que se supone que no era importante, porque el siglo XXI considera que lo único importante es la energía solar hoy. Sin embargo, ya en el siglo XIX había gente que no solo lo estaba pensando sino lo tenía ejecutado: había proyectos y tenían prototipos, herramientas para usarla; de ahí la idea de que esto es una sustentabilidad intermitente. Es decir, la gente ya estaba pensando en los problemas que hoy en día se visualizan pero a una velocidad distinta, con otros énfasis, con una idea sobre lo que Charles Wilson llamó la posteridad. Había la necesidad en el siglo XIX de pensar en la posteridad, que es básicamente la misma pregunta de hoy sobre la sustentabilidad. Ahí el proyecto.
Acabas de hablar de sustentabilidad intermitente, que es un concepto clave y central de tu investigación, ¿cómo defines este concepto?
NA: Ésta es una idea a prueba, en primer lugar, porque se considera que la sustentabilidad es algo permanente, por el contrario, podemos pensarlo en que no significa que sea para siempre, significa que tiene otras oportunidades. Por lo tanto, es necesario pensar en el proceso y no en el resultado, lo cual es un problema para el pensamiento moderno, porque el pensamiento moderno está orientado a la meta.
¿Cómo se relaciona esa idea con la energía solar?
Yo puedo argumentar, desde ese punto de vista, que la energía solar fue una materia a prueba, que tuvo oportunidades, que generó acciones relevantes en el siglo XIX y que desapareció de los relatos, de la memoria; dejó de ser importante, fue despreciada, cayó en aquello que Marc Augé nombra formas del olvido. Pero luego vuelve a aparecer y aparece varias veces: en la década de los 40, de los 60, en los 70, y luego aparece nuevamente en el siglo XXI. Con el agravante de que en el siglo XXI se piensa que la energía solar es algo completamente novedoso, habiendo olvidado todo lo que ha pasado. Ésta sería una manera de entender la intermitencia.
Tu proyecto no se limita a una historia convencional de la tecnología. También hablas de la memoria y el olvido, ¿qué papel juegan ambas ideas en el desarrollo tecnológico?
NA: Eso para mí es fascinante, porque si uno parte de la definición etimológica de historia significa escritura. Una de las cosas que ocurre es que las habilidades humanas van permitiendo entender que la escritura no está solo en el gesto humano asociado a la mano y un instrumento que permite dejar un trazo.
De pronto, va apareciendo en la capacidad humana la posibilidad de leer otros elementos, los cuales, justamente, no son de la producción humana. Puedes leer el suelo, puedes leer las capas geológicas, las nubes, las estrellas y, por lo tanto, puedes leer el movimiento, porque hay un registro, una huella que va a ir cambiando en el tiempo. Por ello, la escritura y el tiempo son claves para poder asociar las cuestiones de la memoria y el olvido. En otras palabras, el planeta Tierra, después de la aparición de la especie humana ha venido sumando una configuración distinta, pero que en eso me alejo de las visiones apocalípticas del Antropoceno, que dicen que la humanidad está destruyendo el mundo.
Es un temor cada vez más difundido, sobre todo en vista del cambio climático y la reducción de la biodiversidad.
Mi apreciación, y puedo estar muy equivocado, es que la humanidad no tiene la capacidad de terminar con el planeta, con ninguno. Sí tiene capacidad de transformarlo y generar cosas distintas, como pasó con los dinosaurios, que murieron y dejaron petróleo. Sin embargo, esta especie que apareció después, el sapiens, tomó ese elemento: los combustibles. Los fósiles, que son la transformación de esos cuerpos, los transformamos en otro proceso: un proceso de combustión que genera una dinámica metabólica que acelera otros ciertos procesos y por lo tanto, genera unas dinámicas distintas. Eso se enlaza con la cuestión de la memoria y el olvido, es decir, nadie tenía la capacidad de recordar los dinosaurios, pero la capacidad humana de leer el tiempo y la huella de esa escritura va a generar en esa noosfera la capacidad de leer una memoria que está completamente perdida.
Siguiendo la relación entre lo humano y la tecnología, ¿cómo es la relación entre biosfera y tecnosfera?
NA: Hay ahí una cuestión de escala, y son las escalas temporales las que yo voy a atender, las llevo a la ciencia, pero también se pueden ver en las cosmovisiones de los pueblos originarios. Pero para mi mejor claridad y entendimiento, puedo hablar de la superposición y coexistencia de la escala del tiempo astronómico y el tiempo geológico, pero también otros tiempos como el tiempo edafológico, que es el del suelo, el tiempo hidrológico, el del agua, y pues allí, en alguna parte de todo eso, funciona el tiempo humano, que tiene unas características especiales, distintas a las temporalidades de las otras especies.
Vivimos en una temporalidad biológica que es una articulación entre la ontogenética y la filogenética. Es decir, cada uno de los cuerpos humanos, el tuyo, el mío, el de cada persona, es el resumen de la historia evolutiva de toda la especie y de varias otras especies también. Si lo miro, y propongo mirarlo así, como una continuidad con cambios que es justamente lo que busca la historia, ahí hay un proceso de acople, es decir, no son cosas distintas: la tecnosfera es la biosfera y es también la noosfera –un concepto filosófico, que propone que hay un planeta con pensamiento–. Entonces las conexiones están y, el trabajo que uno debería hacer en términos de investigación, es buscar esos enlaces que se pueden apreciar más fácil cuando uno pone atención en la paradoja. La paradoja que a mí me interesa estudiar en este momento es: ¿Por qué una cultura que tiene un servicio sistémico abundante, en este caso es la radiación solar, no integra esa energía en sus procesos metabólicos?
¿Y cómo te lo explicas?
Voy a adelantar unas cosas en las que estoy trabajando hace tiempo y que más o menos vendrá a la pregunta. En la década de 1960 hubo pruebas en todo el mundo de la destilación solar: en Australia, en muchos países del mediterráneo, en Estados Unidos, en México, en Chile, en Asia también. Todo eso quedó en un informe de 1970, el informe de Talbert, que dice básicamente que esto no es competitivo, porque el costo por galón o de metro cúbico rondaba por 2 USD.
Unos pocos años después, en Chile se realizó un informe para la destilación solar en Atacama, que ya había sido exitosa la del siglo XIX y ese informe establece el costo de producción en pesos chilenos, que equivalente en dólares, era como 0,002 USD, no llega a ser ni un centavo por metro cúbico. En aquel momento una de las cosas que nadie podía ver es que la visión global no tenía la sensibilidad para detectar visiones locales en la que un desarrollo técnico sí fuera posible. Al contrario, en esta época el informe que se elaboró en Estados Unidos determinó, o al menos condicionó, que esa técnica no fuera desarrollada. Existieron los prototipos, se tomaron los datos y se descartó. Había al menos un lugar en el mundo, que podrían haber sido varios, que era mucho más que competitivo.
Para cerrar la entrevista, ¿cómo ves el futuro de América Latina en el uso de energías – sean sustentables o no?
NA: Esa es una bonita pregunta, nunca me habían preguntado del futuro. La articulación de energías renovables e hidrocarburos es un balance que por ahora es difícil pronosticar, porque una de las cosas más significativas que se ha demostrado es que la única transición energética que ha habido es el cambio de escala en el consumo. Hasta ahora visto desde el siglo XIX, sólo ha crecido. En todos los casos lo único que ha pasado es que antes lo que se consumía era una fracción de lo que hoy en día se consume. Esa utilización del servicio de ecosistema ha tenido un crecimiento que puede ser asimétrico, te da pistas acerca de que hoy no hay una disminución del uso de energía.
Texto: Abi Valeria Abi Valeria López Pacheco
Foto: Imagen de la planta de oficina Domeyko de El Boquete (The Illustrated London News, 15 agosto 1908, p: 243).