El tratamiento de heridas en la piel ha sido una de las problemáticas más antiguas en la medicina. Por ejemplo, en una tablilla de Mesopotamia se describe un tratamiento que consistió en lavar la herida con cerveza y agua caliente, aplicar heces de lagarto en forma tópica y finalmente vendar la herida. Los métodos para la curación de heridas de la piel se han ido modificando a lo largo de la historia, con avances muy importantes en el siglo XIX y XX que controlaron las hemorragias, infecciones y evitan el incremento de tejido necrótico (podrido). Actualmente los tratamientos estándar consisten en utilizar antimicrobianos (tópicamente) y vendar, lo que no es suficiente debido a la resistencia que se han creado a los antibióticos y las molestias generales que causan estos tratamientos (dolor, incomodidad, reinfección, citotoxicidad, regeneración de tejidos deficiente, etc.).