Tu investigación parte de la crítica a la idea de una crisis actual de la democracia en América Latina ¿Es realmente un sinsentido hablar de crisis de la democracia?
Alberto Olvera: La palabra crisis, como tantos otros conceptos de las Ciencias Sociales, tiene múltiples significaciones. De hecho, en nuestro tiempo, hay un abuso de la idea de crisis para referirnos a una gran diversidad de problemas económicos, políticos, sociales, culturales, de época, que podrían ser caracterizados con más precisión usando otros conceptos. Crisis, en el sentido estricto de la palabra, es una percepción compartida por una gran cantidad de personas de que algo grave pasa en un país y que parece no haber una salida clara a esos problemas. La crisis se vive, se experimenta, se percibe como un momento definitorio en donde algo muere y algo nuevo puede nacer, y si no nace entonces nos situamos en un limbo una especie de crisis permanente, por decirlo de alguna manera, aunque sea una contradicción.
Cuando hablamos de la crisis de la democracia en los últimos años estamos haciendo alusión a algo que parece estar en problemas muy graves y que son tan graves que ameritan una solución distinta, diferente respecto al orden anterior. En el caso particular de la democracia, no parece ser el caso. La democracia como un sistema político tiene fundamentos definidos y lo que estamos experimentando hoy es un cambio de composición y de sentido de los sujetos principales de la democracia como sistema: los partidos políticos, y de las relaciones entre actores sociales y Estado, más en general.
¿Cuál sería tu diagnóstico de la situación actual de la democracia en la región?
AO: Lo que observamos es que la democracia se volvió un sistema político que funciona en América Latina porque las elecciones se siguen llevando a cabo, pero lo que ha cambiado radicalmente es el perfil de los partidos políticos que compiten entre sí. Este cambio de perfil se corresponde en Europa Occidental con un cambio de la sociedad misma, eso es muy importante, y también en América Latina tenemos una experiencia similar, aunque de naturaleza diferente. Los viejos partidos históricos en las escasas democracias con alguna tradición que había en América Latina han cambiado su composición o han desaparecido. Estamos observando el fin de los viejos partidos oligárquicos, en el caso de Chile, en el caso de Colombia, y se acabaron mucho tiempo antes en el caso de Perú. Desaparecieron del mapa los partidos corporativos tanto populares como oligárquicos que llegaron a existir en algún momento dado en Bolivia. En el caso de Brasil, vemos la crisis de los viejos partidos creados en la transición a la democracia, que habían venido desde la época de la dictadura, -partidos oficiales o permitidos que luego se reconvirtieron en partidos políticos en la democracia- y que han casi desaparecido del mapa. El único partido que sobrevive con fuerza política y con posibilidades de regresar al poder es el PT (Partido de los Trabajadores), un partido que nació en la transición, pero los demás partidos, como los conocimos casi desaparecieron debido al fenómeno Bolsonaro. Tenemos ahora una cartografía política totalmente distinta. Todo indica que posiblemente regrese Lula da Silva a la presidencia y salga Bolsonaro, a menos que este intente dar un golpe de estado militar, que sería la excepción en la historia reciente de América Latina desde hace muchos años, un golpe de estado que rompería la trayectoria democrática de los últimos 37 años en ese país. Sin embargo, es altamente improbable que eso suceda. Si se logra evitar el golpe, vamos a tener una nueva consolidación de la democracia, paradójicamente, incluso ahora con la mayoría de los países de AL con gobiernos más bien orientados a la izquierda, en vez de experimentar un regreso al autoritarismo franco y puro del pasado.
En México vivimos una situación similar durante la transición a la democracia. En nuestro sistema político hubo reciente tres partidos principales, de los cuales dos, el PRI (Partido Revolucionario Institucional) y el PRD (Partido de la Revolución Democrática) están en vías de desaparición, pero persiste el partido histórico de la derecha que sí tiene un anclaje social que permanece: una clase media conservadora, urbana, que sigue existiendo socialmente hablando y por tanto, significa una base estable para el PAN (Partido de Acción Nacional). A estos partidos, se les sumó uno nuevo: Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), que absorbe los restos del PRD y del PRI, y del cual no sabemos si se va a consolidar o no, a quién va a representar en el futuro cercano. Está abierto el escenario y es muy probable que en 2024 tengamos incluso una tercera fuerza política con mucho más poder que lo que ahora pueda aparecer en el mapa.
Todos los países están sufriendo esta recomposición política. El caso de Argentina es muy extraño: de tener un sistema de más o menos dos partidos principales, ha pasado a tener dos grandes coaliciones de partidos; una coalición más a la derecha y una coalición kirchnerista-peronista deslavada, sin mucho contenido ideológico, una alianza de muchos grupos que en la práctica se enfrenta a otra alianza de muchos grupos y cuya competencia hace que la democracia permanezca.
En ese sentido la democracia en América Latina no está en crisis. Ahora, esto no significa, -aclaración fundamental-, que esta democracia sirva para resolver los problemas estructurales de la región, como no sirve tampoco para resolver los problemas culturales y sociales de Europa o de Estados Unidos. La democracia es simplemente un método de resolución pacífica e institucional de los conflictos.
En este escenario, ¿qué papel deberían jugar los movimientos sociales en la consolidación o reformulación del sistema democrático?
AO: Los movimientos sociales deben jugar un papel y están jugando un papel central en la transformación política, es decir, en la creación de nuevos proyectos o movimientos políticos con representación electoral y en la creación de un escenario político distinto, orientado a profundizar los derechos de la ciudadanía.
Pongamos dos ejemplos recientes: En el caso de Chile se cayó por completo el sistema de partidos de la fase de la transición, hay ahora una recomposición radical del sistema de partidos, y un proceso de transformación constitucional empujado desde abajo gracias a los movimientos sociales de protesta. Lo mismo en Colombia: el triunfo de Gustavo Petro es una consecuencia, digamos, tardía, de los grandes movimientos sociales del 2019-2021 que mostraron ya el hastío de una sociedad cansada de la oligarquía gobernante. Sin duda estos son ejemplos magníficos de cómo, en efecto, ciertos movimientos sociales, de base, logran transformar un sistema político cerrado.
No olvidemos que lo contrario puede suceder: en 2013 y 2014 las grandes movilizaciones de las clases medias brasileñas abrieron el escenario a la destitución, sin duda ilegal, de Dilma Rousseff. O sea, no hay que equivocarse, también puede haber movimientos sociales que desbanquen a una izquierda gobernante cuando amplios sectores sociales con capacidad de movilización sienten que han dejado de ser representados.
Esas distintas tendencias en la sociedad civil deben ser también objeto de un análisis, porque dependiendo de esas fuerzas también vamos a tener un impacto sobre el sentido del cambio político, es decir, si la democracia responde a estos intereses populares o si más bien es capturada por los intereses conservadores.
Por el otro lado está el Estado y sus relaciones con la sociedad ¿en qué estás pensando cuando hablas de la necesidad de “repensar el Estado”?
AO: El tema del Estado es uno de los grandes déficits analíticos, especialmente de la izquierda intelectual. El Estado lo hemos pensado como una especie de aparato neutral que se toma, que se asume y una vez que estás ahí tú puedes hacer lo que quieras y esa es una presunción equívoca. El Estado es un conjunto de leyes, instituciones, burocracias, reglamentos, prácticas instituidas, o sea culturas, que determina lo que en la práctica hace el Estado. El Estado, entonces, no es un aparato neutral, sino que es un conjunto de instituciones que han sido modeladas, construidas a lo largo de décadas por distintos tipos de influencias, de movimientos, de grupos, de mafias incluso, que se han instalado dentro de ese aparato. Por ejemplo, en México, ni la derecha ni la izquierda entendieron que es importantísimo profesionalizar el aparato de estado, darle un carácter permanente y realizar una vigilancia permanente sobre el funcionamiento del mismo para poder tener un aparato institucional que realmente se dedique a materializar los derechos de ciudadanía declarados en la constitución o en las leyes nuevas que se crean. Aquí tenemos una singular continuidad cultural en toda la clase política que desconoce la importancia de la profesionalización del Estado. Nuestra clase política en su conjunto sigue siendo autoritaria. La falta de institucionalización del Estado es propia de regímenes autoritarios, curiosamente, que necesitan de un aparato totalmente plástico, flexible, moldeable para cada decisión que se les ocurra. Este factor, insisto, demuestra que no entendemos la naturaleza del Estado.
Por último; repensar el Estado, la democracia, los movimientos sociales, se puede hacer desde diferentes perspectivas disciplinarias. ¿Cómo valoras los planteamientos de las Ciencias Sociales?
AO: Hago una crítica severa de la ciencia política convencional en donde se asume una especie de autonomía sistémica de la política partidaria, como si estuviera separada completamente de la sociedad, y se estudian procesos, tendencias, se cuantifican distintas variables como si estas existieran en una especie de vacío de lo social, como si la correlación entre las variables dependiera únicamente de procesos discretos propios de la política como sistema institucional. La realidad no es así, la separación entre lo político y lo social no existe, hay un continuo. Por más que podamos hacer una separación analítica para fines de comprensión, de estudio, en la práctica social esto no es así.
La sociología también ha llegado a separar objetos de estudio como si estuvieran ausentes de cualquier vínculo con la política institucional, por ejemplo, estudios de movimientos sociales. Se analizan los movimientos per se, como si los movimientos estuvieran en un nicho separado de lo demás, e incluso, hemos llegado en algunas vertientes de la sociología contemporánea a atribuirles a ciertos movimientos sociales capacidades de transformación o cualidades intrínsecas, en una operación que recuerda al marxismo clásico en donde se le atribuía al proletariado una función revolucionaria, que ahora sabemos era un error teórico.
Estoy haciendo mención de algo que es obvio pero que olvidamos con frecuencia al llevar a cabo nuestros estudios. Ahora bien, esta separación también tiene que ver con el mercado académico, el cual nos obliga a la especialización y, en Estados Unidos en particular, a la hiperespecialización. Tenemos cada vez más especialistas enfocados en procesos discretos y cada vez menos conscientes de la interacción que hay entre los múltiples sujetos, espacios y mundos de lo social. Esta es mi crítica a esa separación.
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