Investigadoras e investigadores de distintas partes del mundo que integran el Laboratorio de Conocimiento del CALAS: «El Antropoceno como crisis múltiple. Perspectivas latinoamericanas» se embarcaron, este viernes 29 de abril, en el Tour del Horror: un recorrido por la cuenca del río Santiago, en los distintos puntos en los que atraviesa el municipio El Salto, epicentro del desastre de dicho afluente, segundo más largo del país con 475 km. El Colectivo Un Salto de Vida, conformado por vecinos de El Salto y Juanacatlán, responsables directos del TOXICTOUR, guiaron a las y los académicos a través de su cotidianidad, marcada por la contaminación urbana-agro-industrial.
Círculo de degradación y pobreza
Sofi tiene 34 años y trabaja como empleada administrativa. Toda su vida ha transcurrido en El Salto y aun así no conoció los años gloriosos en los que la presa Las Pintas o la Cascada El Salto de Juanacatlán eran centro de recreo de las elites tapatías. Los años en que estas aguas no contenían 1090 sustancias tóxicas, metales pesados y bacterias patógenas, sistemáticamente halladas en la orina y pulmones de los niños y niñas de la región. Dentro de poco, no quedará habitante alguno de El Salto o Juanacatlán que haya conocido una vida fuera de la contaminación y la debacle ambiental que el gobierno ignora, maquilla, encubre.
El Salto es el municipio más pobre de Jalisco, aunque su producción de PIB es una de las principales a nivel estatal. “El Salto, ciudad industrial” se lee constantemente en la cartelística que identifica este asentamiento urbano. El gobierno del estado de Jalisco se ha propuesto, a lo largo de los años, convertir el municipio en el corredor industrial más grande del país. Alrededor de 600 industrias, desde grandes transnacionales con nombres conocidos como Amazon, Hershey, Honda, hasta maquiladoras más pequeñas tiene base aquí, pasando por otras clandestinas como, por ejemplo, algunas dedicadas a la fundición de metales. Sus descargas corren a cielo abierto y van a parar a la cuenca del Santiago donde se unen a desechos domésticos y toda suerte de vertimientos nocivos. Unas 500 toneladas de contaminantes se tiran ahí diariamente.
Según los vecinos, un único inspector de la Conagua está encargado de evaluar el estatus de las concesiones a esas más de 600 industrias. Cuatro aporta la Procuraduría General de Protección al Ambiente para vigilar la calidad de los vertimientos. La capacidad de inspección de Conagua ha menguado considerablemente, tal y como señala Cindy McCulligh para la revista Este País en el texto «Contaminación y simulación en la cuenca del río Santiago»: “De tener alrededor de 150 inspectores en 2015, la Comisión ahora cuenta con 80. Eso explica, al menos en parte, por qué de realizar un promedio de 7,694 inspecciones por año entre 2010 y 2018, la Conagua ha efectuado sólo un promedio de 2,148 entre 2019 y 2021”.
La conurbación ha provocado sembrados de casas, como le llaman los propios habitantes quienes viven a escasos metros de esas zonas de descarga, de esas aguas infestas del río. El crecimiento sin control de la industria y la expansión urbana llevan a su vez a una escasez crónica en el abasto de agua. Se calcula que en promedio las familias invierten entre el 60 y el 80 por ciento de sus ingresos en agua embotellada y pipas.
El Salto se ubica en una zona de planicie rodeada de cerros en la que se forma una especie de tapón de aire, el aire de peor calidad del Estado, en el que van también partículas intrahospitalarias y patógenos de riesgo debido a los incineradores de residuos sólidos hospitalarios que allí se han establecido. Esto último fue uno de los hallazgos de la hoy activista de Un Salto de Vida, Graciela González Torres en su tesis de Maestría en Salud Ambiental con la Universidad de Guadalajara «Calidad Del Aire y su Efecto en la Función Respiratoria de la Población Infantil de El Salto, Jalisco» (2017). Enfermedades renales, respiratorias, de la piel, cáncer afectan comúnmente a la población del municipio donde el gobierno del estado todavía no considera pertinente instalar un hospital de espacialidades, a pesar de los reclamos de los habitantes.
Según afirman los guías del Colectivo Un Salto de Vida, los pobladores del municipio no trabajan en la red industrial ahí localizada, se cree que existía un acuerdo implícito entre los industriales de no darles prioridad para el empleo, sobre todo entre 2008 y 2010, años de mayor auge del conflicto. Aunque con los años esto se ha ido normalizando, siguen sin ser los obreros de El Salto la fuerza de trabajo mayor del corredor industrial porque, como señalan los activistas: “no conviene que los propios afectados conozcan a detalle lo que pasa ahí dentro”. Pero la gente sabe, sabe porque viven en medio del hedor de los gases metanos que arroja el río, porque despiertan en la madrugada asqueados con los efluvios de los incineradores, porque han tenido que despedir para siempre a tantos, tan temprano. La lucha, a través de los mecanismos para la transparencia, para que se les entreguen los resultados de los múltiples estudios ambientales que se hacen en la región, no cesa.
¿Qué se puede encontrar en El Salto además del problema de la contaminación, agravado con el Basurero Los Laureles, el más grande de Jalisco?: PEMEX, con sus redes de poliductos y gasoductos; la fosa común del Estado, el paso de La Bestia y Puente Grande, la prisión de máxima seguridad de la entidad. Todos elementos que hacen de la región una zona en extremo vigilada. En palabras de Alan, de Un Salto de Vida: “Un territorio con tantos recursos e intereses superpuestos, en un contexto como el de México, no puede ser un territorio libre del control del crimen organizado, es decir, del narcoestado”.
Pero en El Salto también está Sofi y su familia y su red de apoyo organizada en el Colectivo que, desde el año 2005, luchan por tirar la falsa cortina de promesa de progreso y conseguir que su casa sea considerada una zona de emergencia ambiental y sanitaria.
Abajo la dictadura de la normalidad
“No queremos contaminación, no queremos industria, no queremos enfermedad, no queremos muerte. Queremos agua, queremos bosque, queremos aire, queremos tierra, para nosotrxs, por nosotrxs, por lo que aquí habita. ¡Queremos una vida digna para nuestros pueblos!”— reivindica el Colectivo en su declaración de derechos. Porque bajo la fuerza del hábito, el régimen de la costumbre o el poder de la resignación no se ha de normalizar aquello que priva a los habitantes de El Salto de su dignidad, el único valor inherente a su condición humana.
Hay en ellos una mezcla contradictoria de valentía y conformidad, que acaso es solo aparente, porque para resistir hacen falta coraje y ciertos mecanismos de autoengaño que también ponen algunos en práctica para explicar su realidad. Por un lado cualquier poblador tiene la capacidad de argumentar, con pelos y señales, el origen y las consecuencias del desastre socioambiental que viven. Por otro, como cuenta Sofi, no dejan de situarlo en los terrenos del infortunio producto del designio y castigo divinos. Los propios miembros del Colectivo parecen desesperanzados cuando afirman que el problema solo acabará cuando ya no quede más que extraer y las industrias se retiren por el agotamiento de los recursos, pero a la vez no paran de organizar alternativas que les garanticen la supervivencia. Son el nuevo Sartre, al que su esencia existencialista no le limitó su militancia y activismo políticos.
“Lo único que hacemos no es quejarnos”—bromea Sofi. Y en efecto, los miembros de Un Salto de Vida han conformado una red colaborativa admirable que les ha permitido tener activos viveros agro-ecológicos, construir potabilizadoras en distintos puntos de la cuenca y hasta crear humedales.
“No le vamos a cambiar el mundo a nadie, les vamos a enseñar cómo vivimos porque no es normal vivir así”—sentencia Sofi para iniciar el Tour del Horror del que no se sale, en cambio, sin que la realidad te ponga de vuelta y vuelta y la vida se te sacuda de forma definitiva.
"No somos objetos": la relación del Colectivo con la Academia
Alrededor de medio centenar de diversos productos de literatura científica han logrado recopilar los miembros de Un Salto de Vida sobre su propia situación. Tesis, libros, artículos, expedientes de instituciones públicas y privadas los han objetivado sistemáticamente. “Nuestra relación con la Academia ha sido conflictiva porque no nos vemos reflejados en la mayoría de sus textos, no cuentan con nosotros, no nos representan”—afirma Alan, frente al grupo de investigadorxs del Laboratorio del Conocimiento «El Antropoceno como crisis múltiple. Perspectivas Latinoamericanas», quienes responden con el silencio, que es también una respuesta elocuente.
Para investigar la situación de El Salto y no quedarse en el mero discurso institucional o en la mirada mesiánica de las ONGs hay que investigar CON los integrantes de Un Salto de Vida. Ellos lo tienen claro y han desarrollado un protocolo para ese trabajo conjunto que no solo implica la devolución del producto final, sino su participación activa en las elecciones metodológicas y herramientas de recolección y análisis de datos.
Claro knock-out a la falsa asepsia de la investigación tradicional, verticalizada. Punto, set y partido para las metodologías horizontales.
Estamos todos navegando en el mismo río
Algunos vamos en barco, otros en yate y otros muchos en canoas improvisadas, pero todos atravesamos las mismas aguas de esta roca flotante en medio del cosmos. El problema socio-ambiental de El Salto no es local ni regional. Tiene, claramente, víctimas directas, pero afecta a todo un ecosistema global.
“En los umbrales del antropoceno— precisa Alan, El Salto industrial aporta miles y miles de toneladas de contaminantes que están no solo en el azolve del río, sino que se han movilizado vía agua, suelo, aire; en el caso del agua tanto en la subterránea por infiltración como por sobreexplotación (mal llamada contaminación geogénica).
En cuanto a diversidad biológica, la contaminación industrial desapareció prácticamente toda forma de vida en la cuenca alta; la pérdida de especies endémicas es una pérdida para el planeta en su conjunto. La disminución del caudal y la desviación de su cauce impacta de gran manera en toda la dinámica de la cuenca, en la cantidad y calidad de los sedimentos que llegan a las playas y la flora y fauna de la ribera y de los manglares se ve tremendamente afectada.
Las grandes represas del río no solo disminuyen la cantidad del agua que fluye, sino que modifican los climas regionales y microclimas, aportan inmensas cantidades de gas metano a la atmósfera; al disminuir los niveles del delta, se saliniza el río agua abajo, así como las otrora tierras fértiles de la desembocadura.
La disminución de las aves migratorias que mueren a su paso por los humedales y lagos tóxicos de la cuenca, impacta también a su vez en los ecosistemas que dependen de sus flujos en cuanto a cadenas tróficas y diversidad de flora por la movilidad de semillas que realizan estas especies viajeras a lo largo del continente.
Hay un largo etcétera de por qué es importante focalizar la atención en este tipo de regiones, (que en México no son pocas), en sus contribuciones a la devastación capitalista a escala geológica; así mismo, en su lectura y análisis, se pueden encontrar claves para robustecer las discusiones de los estudiosos del Antropoceno”.
¡Pilas!, hijxs del Capitalismo, que hay que sobrevivir al tour del horror.
Texto: Claudia Otazua Polo
Fotos: Abi Valeria López Pacheco