En el marco de un ciclo de videoconferencias organizadas por el Laboratorio Visiones de Paz del CALAS, se llevó a cabo el 4 de diciembre el panel: Relaciones de Género: transiciones, umbrales y turning points hacia violencia, fobia y crímenes de odio. El encuentro tuvo como objetivo discutir las transiciones, coexistencias e inestabilidades entre paz y violencia en clave de género, considerando, además, la pandemia Covid-19, la cual ha recrudecido las violencias contra las mujeres.
Como panelistas invitadas estuvieron Monserrat Sagot (Costa Rica), Doctora en Sociología, especialista en Sociología de Género; Guadalupe Ramos Ponce (México), Doctora en Cooperación y Bienestar Social, coordinadora del Comité de América Latina y El Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer en México (CLADEM) en Jalisco y Adriana Benjumea, directora de la Corporación Humanas Colombia, abogada feminista y defensora de los derechos de las mujeres. El panel fue conducido por Carmen Chinas, coordinadora del Laboratorio Visiones de Paz.
Sagot, en su intervención, se refirió a «la violencia contra las mujeres en tiempos de pandemia, sus permanencias, transiciones y puntos de quiebre». Por permanencias, Sagot comprende la violencia de género como un problema endémico, basado en «la organización de la desigualdad social». Es la manifestación extrema del control y la opresión de los cuerpos feminizados por parte del dominio masculino. Es espejo de discriminación y subordinación en el contexto de relaciones desiguales de poder a escala tanto macro, como microsocial.
Por transiciones, Sagot se refiere a lo que está cambiando. En Centroamérica, por ejemplo, en las relaciones de pareja los ataques hacia las mujeres ha aumentado, mientras que las agresiones a hombres han disminuido en el mismo contexto. Esto significa que las campañas feministas han surtido efecto para mitigar violencias en relaciones interpersonales, pero sólo los hombres se han visto beneficiados de estos avances. A pesar de que, en general, los homicidios de hombres ocurren en una mayor proporción, los homicidios de mujeres han crecido más rápidamente que los de hombres en los últimos años. Incluso en países donde se ha logrado disminuir los asesinatos de hombres, los feminicidios siguen aumentando de manera dramática.
La violencia contra las mujeres no es un «fenómeno monolítico, ni patológico individual», pues tiene variantes: en Centroamérica la padecen mujeres jóvenes, empobrecidas, que viven en entornos donde operan violencias criminales. En ese sentido, Sagot destaca que hay mujeres mucho más vulnerables que otras a razón de etnia, clase social, edad, etc.
Respecto a los puntos de quiebre, Sagot se refiere a la violencia en el marco de la pandemia. El virus ha intensificado y evidenciado la crisis del sistema capitalista moderno, fundado, a su vez, en concepciones coloniales, extractivistas, racistas, donde «los cuerpos enfermos son el resultado de la necropolítica y necroeconomía».
Ella encuentra una continuidad entre los cuerpos enfermos por Covid, abandonados por el sistema de salud, con los que son encontrados en fosas comunes, asesinados por grupos criminales y las mujeres víctimas de feminicidio. Son todos estos la causa del «capitalismo colonial” que produce cuerpos vulnerables a la marginalización y a la muerte. Cuerpos que estarían predispuestos a distintos tipos de sufrimientos, frustraciones, ocasionadas por los dispositivos de la necropolítica, biopolítica y las ideologías del mercado.
Para Sagot, en el panorama de la pandemia, el estado se ha hipermasculinizado: han surgido nuevas excusas para intensificar medidas represivas, controles masculinos en el espacio público y en el privado, discursos familiaristas y reafirmación de roles tradicionales de género. Esto ha intensificado formas de masculinidad agresivas y opresivas.
Maria Guadalupe Ramos, por su parte, reflexiona sobre la violencia de género como un hecho estructural y sistémico, enclavado en un orden heteropatriarcal que da sustento a estas violencias. Ramos se pregunta por qué sigue fallando la sociedad y el estado en detener este tipo de violencias, ante lo cual sugiere que no se ha sabido responder proporcionalmente a las dimensiones de un problema estructural, que opera desde las instituciones mismas, como el estado, como la justicia, la familia, la educación, etc.
En ese sentido, para Ramos, la violencia patriarcal es global. Y no opera exclusivamente en el ámbito interpersonal, sino que se extiende al acoso sexual, el acoso callejero, disparidad de oportunidades, etc. estrategias con las cuales se quiere ahuyentar a las mujeres de los espacios públicos, educativos y laborales, que tradicionalmente han sido dominados por hombres.
La nueva normativa sobre paridad en México obligó a una distribución 50-50 en la representación política. Esto causó el asesinato de varias candidatas. Estas nuevas formas de violencia podrían deberse a la pérdida de control y protagonismo de los hombres en «sus» espacios, causando reacciones violentas. A esto se le suma la pérdida de control sobre el cuerpo y vida de las mujeres. Las viejas violencias se resignifican en su máxima expresión, en una crisis del contrato social (mujeres en el espacio público) y contrato sexual (matrimonio, exclusividad, heterosexualidad).
Para Ramos, las mujeres son intensamente asesinadas porque nos encontramos en medio de una crisis de legitimidad en la que se cuestionan estructuras simbólicas y valores dominantes. Para ella, estamos en una nueva etapa de intensificación de las violencias, pero también de visibilización de esas violencias. Las oposiciones, resistencias y feminismos crecen también vertiginosamente para acabar con los silencios y complicidades sociales. La violencia se ha deslegitimado gracias al trabajo de estos movimientos, que han sacado la problemática del ámbito doméstico y han politizado la violencia machista, asociándola a un sistema de poder patriarcal. Dentro de las metas de los feminismos, se encuentra que las mujeres puedan ejercer la plena ciudadanía, ser consideradas personas con capacidad de decisión sobre su vida y sus cuerpos.
Ramos concluye comentando que el sistema neoliberal se ha encargado de que las mujeres se odien a sí mismas, justifiquen las violencias de otros sobre sí y, sobre todo, les ha enseñado el miedo a llevar vidas plenas y autónomas.
Por último, Adriana Benjumea reflexiona sobre una investigación reciente de la Corporación Humanas sobre doce sentencias condenatorias en casos de violencia machista en Colombia, por parte de hombres a sus parejas, en las que hubo agresión física. Ella llama la atención sobre lo que las feministas denominan como el «poder simbólico del derecho», es decir, el deber que tiene el derecho para impactar positivamente en la sociedad. Sin embargo, las sentencias estudiadas no envían mensajes de este tipo, pues la forma en que opera la justicia beneficia a los hombres victimarios, en detrimento de las víctimas.
Para Benjumea, lo anterior se debe a que, además de que los modelos de justicia son altamente revictimizantes y difíciles de soportar, estos establecen cierto modelo ideal, tanto de víctima, como de victimario. La víctima, para poder convencer a la justicia, debe encajar dentro del rol de mujer buena, madre, protectora y cuidadora. Una mujer cuyo sufrimiento se evidencie en la corte, que llore y se muestre vencida. Los hombres, por su parte, para resolver el juicio deben mostrarse arrepentidos y pedir perdón. Esto permite que los agresores se beneficien del modelo de justicia, pues aprenden cómo funciona el sistema, se vuelven reincidentes, reciben rebajas de pena y quedan en una posición mejor que la de las víctimas, pues estas no reciben posteriormente ningún tipo de reparación, ni protección. También se destaca que, en los juicios, no se realizan análisis de contexto de los escenarios en los que ocurre la violencia de género y que, por el contrario, se juzgan hechos concretos, lo cual permite un continuum de violencia.
Benjumea destaca que las normas con las que se protege a las mujeres víctimas de violencia en América Latina, están construidas desde la perspectiva de la violencia intrafamiliar. Ella sugiere que es errado resolver así la violencia de género, pues no es una violencia equiparable a la que la que ocurre con niños y/o adultos mayores, por ejemplo. Dentro de los núcleos familiares, las mujeres no se encuentran en las mismas condiciones que otros miembros y las agresiones a las que son sometidas tienen motivaciones particulares que deben ser entendidas.
Por último, Benjumea concluye reflexionando sobre el rol histórico del derecho, el cual nunca ha pensado en las mujeres. El derecho contemporáneo, por su parte, es un aún un campo de disputa utilizado por el modelo patriarcal. Sin embargo, el «fuego amigo» son las abogadas feministas quienes luchan para que el derecho responda a las necesidades de las mujeres y entregue mensajes sociales acertivos.
La videoconferencia completa se puede encontrar aquí: https://youtu.be/xE8z_bCU4Pc